Autores de cómic precarios: libertad o mercado

«Vivir únicamente del cómic es imposible» es un mensaje que comparten un artículo de El Salto de 2023 y otro de El Cultural del año 2000. Analizando estos dos artículos podemos ver qué ha cambiado, qué sigue igual y (quizás) las posibles soluciones contra la precariedad de los autores de cómic.

En el último número de la revista de El Salto se ha incluido un artículo dedicado a la precariedad en la industria del cómic: Un tebeo (y este reportaje) para salvar la industria del cómic (si hay que salvarla). Menciona que hay adelantos insuficientes, jornadas de trabajo excesivas, remuneraciones bajas, tiradas cortas… Quiero hablar un poco sobre este artículo, pero antes necesito dedicarle cinco párrafos a otro del mismo tema del año 2000 que se publicó en El Cultural y que tenía un título aún más explosivo, La agonía del cómic español, y un subtítulo que prometía mucha caña, Los creadores denuncian la crisis.

En realidad, el texto es tan tibio como razonable, no tiene salidas de tono de las que alguien se pueda arrepentir 23 años después ni tampoco reflexiones ingenuas que hayan envejecido mal con el tiempo (bueno, solo una: Santiago Sequeiros pronosticaba un boom del cómic infantil). Se trata de once piezas breves en las que Felipe Hernández Cava y 10 autores con menos de 35 años opinaban sobre su situación laboral en esos años. Si le tengo que poner una pega, solo diría que su enfoque no encajaba con el tono más intelectual del resto de la revista.

La «agonía» a la que se refiere el título es la desaparición de las revistas de cómic adulto que habían saturado el mercado, excepto las de El Víbora y El Jueves. De esta desaparición se culpaba a un público que ya no existía (según José Luis Ágreda), a motivos ajenos a los autores (según Pep Brocal) o a que «las historietas eran muy malas» (según Manel Fontdevila). Sin esas revistas, Santiago Sequeiros, Mauro Entrialgo y Álex Fito estaban de acuerdo en que no se podía vivir «solo» del cómic, sino que se tenía que compaginar con otros trabajos. Los más optimistas al respecto eran Sequeiros y Albert Monteys, que defendían que alejarse de la tiranía del mercado da libertad creativa.

Las editoriales de cómic eran un blanco de las críticas más o menos contundentes. Monteys valoraba que esta industria estaba en una crisis permanente y Calo, que «aquí no existe una industria fuerte». El más duro era Nacho Casanova, que la definía como «patética» porque hay empresas que «no pagan, dan propinas» y, por tanto, ni siquiera las consideraba editoriales. Estas empresas solo tenían espacio para los cómics «menos personales» según Pep Brocal, mientras que Nacho Casanova se lamentaba de que los editores no se alejaban del mercado estable, el que publicaba «infantil, superhéroes y pornografía».

No me puedo resistir a recuperar esta conclusión de Hernández Cava: «Estarán de acuerdo conmigo en que el grado de pasión por esta forma narrativa tiene que ser descomunal para que la historieta española tenga aún quien la escriba y la dibuje».

Hay algo reconfortante en ver cómo se han solucionado las mayores críticas que muchos de estos autores compartían (Hernández Cava, Calo, Mauro Entrialgo y Albert Monteys): la pérdida de puntos de distribución (se había pasado de los kioscos a las tiendas especializadas) y el desinterés de la prensa cultural generalista. Ahora los cómics tienen una distribución mucho más amplia, porque están también en librerías y grandes superficies, y las secciones de Cultura de los diarios les dedican espacio cuando hay una noticia que lo justifique, como, por ejemplo, un Premio Nacional.

De lo que no se hablaba en este artículo del año 2000 era de tiradas, del porcentaje que cobran los autores, de adelantos, de acción sindical, de subvenciones ni del Ministerio de Cultura, que son algunos de los aspectos que sí trata el artículo de El Salto. Hay quejas que se mantienen, como la de que es imposible ganarse la vida para la mayoría de autores de cómics o que «no hay una industria del cómic español» por ese mismo motivo (tengo mis dudas con esta afirmación: que haya o no industria depende de si los cómics se producen de manera industrial, no de lo que cobren los autores).

Si en El Cultural las posibles soluciones pasaban por aumentar los puntos de venta y la presencia en la prensa, en El Salto las propuestas han tenido que ir un paso más allá. Una de ellas es incluir los cómics en la educación como materia y como herramienta. Otra es dar ayudas a los lectores. En el primer caso, parece que el diagnóstico es que los jóvenes no saben qué son los cómics y en el segundo, que los lectores no se los pueden permitir.

He resumido seis páginas en solo los dos párrafos anteriores. Sé que es resumir mucho y por eso vuelvo a enlazar el artículo y recomendaros que lo leáis. Hay más información y opiniones aparte de estas dos ideas. Por ejemplo, otra solución tiene un sesgo asociacionista (en la que echo en falta la propuesta de una cooperativa) y otra es tipo individualista (el micromecenazgo).

Me quiero centrar solo en rebatir las dos primeras propuestas: educación y subvenciones a los lectores. Respecto a lo primero, me cuesta mucho creer que los jóvenes que leen tanto manga, más y más cada año, no sepan lo que son los cómics. Como poco, saben que son esas cosas que están en las mismas librerías en las que compran manga. También pienso en que hay quien pone en duda que las lecturas obligatorias en los colegios ayuden a fomentar el gusto por los libros. ¿Fomentar el cómic en las aulas no sería contraproducente? No me puedo oponer a que haya cómics en los colegios, igual que los había cuando yo era niño (en mi clase teníamos números de Mortadelo, El Pequeño País, Gente Menuda… que a veces nos dejaban leer en clase), pero no creo que el motivo para llevarlos ahí deba ser mejorar las ventas.

Me pasa algo parecido con la idea de dar ayudas a los lectores para que puedan comprar cómics. El bono cultural me parece una buena idea para el sector cultural en su conjunto, pero no es una solución realista para vender. Con todo el acceso a cine, series, videojuegos, música, libros… ¿cuánto del bono cultural podría llegar al cómic y concretamente al producido por autores y editores españoles?

En el artículo de El Cultural veía un enfoque importante que no he visto en el de El Salto: ¿de qué tipo de cómic estamos hablando? Aquellos once autores querían mejorar las condiciones del cómic adulto, ellos mismos lo decían, pero sabían cuál era el camino para conseguir mejores ventas: «infantil, superhéroes y pornografía». Ante el dilema de elegir entre estos tres ejes del mercado o su libertad creativa, defendían lo segundo. Ahora bien, ¿de qué tipo de cómic habla El Salto? ¿Hay malas ventas en todo tipo de cómics, tanto en los comerciales como en los más personales?

Pongamos el caso de la catalana Míriam Bonastre, de 29 años, que es la autora mujer que más cómics ha vendido en Europa en 2023. Según La Vanguardia, su obra ha estado dos veces en la lista de los cómics más vendidos del New York Times, a la que deduzco que se une la tercera de este pasado octubre. Entre los dos primeros tomos de su serie, Hooky ha vendido 450 000 ejemplares en todo el mundo. Es cierto que no ha conseguido llegar ahí gracias a una editorial española, sino a la estadounidense Harper Collins, pero es una muestra de que sí que se puede vivir del cómic en nuestro país.

Su éxito ha nacido en Webtoon, una plataforma de cómics en internet en la que también apareció originalmente Heartstopper, que está siendo adaptado como serie de Netflix. Si comparo la lista de los cómics más leídos de esta plataforma con la de los mejor vendidos del New York Times y de bede.fr, los rasgos comunes saltan a la vista: se dirigen a un público infantil y juvenil, hay mucho romance, tienen un estilo ligero y sin grandes pretensiones, hay humor, aventura…

Si, según el comentario del artículo de El Salto, para que haya una industria tiene que haber ventas, para que haya ventas no hay otra alternativa que buscar lo que pide el mercado y dárselo. No voy a mentir y decir que actualmente me muero por leer cómics de este estilo porque la realidad es que ya no me atraen como lector. No me llaman la atención ni Hooky ni Heartstopper, como seguramente le pasa a muchos de los que escriben sobre cómics y que tienen mi edad o más. No serán los cómics que aparezcan en las nominaciones y en las listas, pero son los que (podemos suponer) crearían industria porque eran los que, caretas fuera, buscábamos en los kioskos, supermercados y bibliotecas cuando éramos niños y adolescentes.

El dilema sigue siendo el mismo que en el año 2000: o abrazar las imposiciones del mercado o celebrar las posibilidades de la libertad creativa. Ninguna de las opciones es mala. Cada autor y editorial tomará la decisión correcta siempre, pero tendrán que asumir que las dos tienen inconvenientes que tendrán que abrazar. Y aun así, no me engaño, ni será fácil descubrir cómo hacer cómics comerciales ni todos sus autores saldrán de la precariedad.

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