Jan: fantasía, costumbrismo y también Superlópez
A sus 82 años, Jan es sin duda uno de los mejores autores de cómic juvenil de la historia de nuestro país. Es tanto un creador de universos fantásticos como un observador atento del mundo real, un historietista que da a sus lectores aventura y valores, pero sin imponerle una moraleja a su trabajo.
Juan López Fernández, que es su verdadero nombre, nació en Toral de los Vados (León) en 1939, en el último mes de la Guerra Civil, poco antes de que su familia regresase a Barcelona. Sordo desde los seis o siete años, puso en práctica unos estudios de delineante mecánico que había recibido para trabajar con quince años en una empresa de insignias metálicas y más tarde en los estudios Macián de animación.
Con dieciocho años se marchó a la Cuba de Fidel Castro, donde tuvo la oportunidad de dedicarse de manera profesional a la animación, la fotografía y al cómic. Sin embargo, decepcionado por la falta de libertad, decidió volver a España en 1969, donde tuvo que empezar de cero ya que no pudo sacar ninguno de sus dibujos de la isla.
En esta primera época se abrió camino creando a varios personajes menores, como el caballero medieval Don Talarico, pero fue un cómic de encargo el que marcó el resto de su carrera. El Superlópez de 1973 era una colección de chistes mudos en blanco y negro que parodiaban a Superman, viñetas de un oficinista con bigote que se sobreponía a sus frustraciones personales usando (o imaginado que usa) sus superpoderes.
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El personaje tenía tanto potencial que Jan lo recuperó en la Editorial Bruguera para poder desarrollarlo, junto con el guionista Francisco Pérez Navarro (Efepé), en todo su esplendor desde 1979. La mezcla explosiva de ciencia ficción, una ambientación costumbrista, conciencia social, humor y aventuras funcionaba maravillosamente en unos álbumes a los que Efepé aportó de su cosecha al inolvidable Supergrupo.
La separación creativa de Jan y Efepé en 1980 dio inicio a una etapa de oro en la que el dibujante puso a Superlópez frente a invasiones alienígenas (La caja de Pandora), el alzamiento del fascismo (Los cabecicubos) o a cargo del rodaje de una película (La gran superproducción).
En esta misma época, entre 1981 y 1982, Jan dio forma a su segundo personaje más popular: el pequeño Pulgarcito, acompañado del gato Medianoche. A partir de esta actualización del cuento clásico de Perrault, el dibujante acercó a los más pequeños de la casa clásicos de la literatura como El gato con botas o Alicia en el País de las Maravillas.
La producción de Superlópez, paralizada por la quiebra de Bruguera, no se reanudó hasta que, en Ediciones B, Jan inauguró un nuevo ciclo del que los lectores recuerdan con más cariño Los petisos carambanales (1987), un «Elige tu propia aventura» con ectoplasmas amarillos, o El infierno (1996), basado en La Divina Comedia de Dante.
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En paralelo, Jan ha encontrado hueco para otros cómics menores igual de interesantes: la parodia del género western en Cab Halloloco (1982), de los superhéroes en Superioribus (1988), una comedia espacial erótica en Laszivia (1984)…
Artista en constante crecimiento, en el año 1999 se recicló tecnológicamente para sustituir las acuarelas líquidas y la rotulación manual por herramientas digitales. De esta etapa brillan álbumes como El gran botellón (2003), en el que Jan realizó una descripción sorprendentemente documentada de los botellones, o Hipotecarión (2007), en el que vaticinaba el estallido de la burbuja inmobiliaria con un año de adelanto.
Entre los reconocimientos que ha recibido a toda su carrera se pueden destacar el Gran Premio del Salón Internacional del Cómic de Barcelona en 2002 o el premio Junceda de Honor en 2014. Un caso diferente es el de la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes concedida por el Ministerio de Cultura en el año 2012, al que Jan renunció por «las circunstancias sociales y políticas» del momento.
(Texto para la exposición en homenaje a Jan del Salón del Cómic de Zaragoza 2021)
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