‘Watchmen’ – La gran equivocación de Rorschach



Fue creado como una hipérbole de la extrema derecha, pero aun así hay lectores que creen que Rorschach es la brújula moral de Watchmen. En este personaje en realidad está la clave para entender la obra de Alan Moore, los errores de la adaptación de Zack Snyder y, quizás, los aciertos y errores de la próxima adaptación de HBO.


Watchmen (1986-1987) se puede definir de muchas formas: es uno de los mejores cómics de la historia, uno de los mejores trabajos de sus autores… y una de las recomendaciones más perezosas que se pueden hacer. Muchos lo han convertido en una lectura imprescindible que tendría que haber estado en todas las mesitas de noche del mundo. Voy a discrepar. No me convence que haya que obligar a leer un cómic que sigue estando tan malinterpretado, tanto por parte de los aficionados como por los profesionales que han producido precuelas y secuelas en forma de cómic y una adaptación al cine.

Creo que una clave para entender estos errores de interpretación está en el personaje de Rorschach. Alan Moore y Dave Gibbons lo desarrollaron como un psicópata desagradable, pero a pesar de eso sigue habiendo lectores que lo ven como el héroe del cuento. Para Alan Moore, sus taras son evidentes: «Si existiese un Batman en el mundo real, probablemente estaría un poco loco. (…) Probablemente no se preocuparía de su higiene personal. Probablemente olería. Probablemente comería judías de una lata. Probablemente no hablaría con mucha gente. Su voz probablemente se volvería rara por el desuso, su fraseología sería extraña. Pero se me olvidó que en realidad muchos fans de los cómics huelen, no tienen novia… (…) Quise hacer de él un mal ejemplo, pero la gente se me acerca por la calle y me dice “¡Soy Rorschach! ¡Mi vida es como la suya!”, y yo pienso “Ya, genial, ¿te importaría irte y no volver a acercarte a mí en lo que me queda de vida?”».

Es razonable que Rorschach sea uno de los personajes más atractivos de Watchmen: Desobedece las normas a las que el resto de la sociedad nos sometemos, ha pasado por una infancia traumática, y, aunque su punto de vista no sea fiable, no deja de ser un narrador. Con estos tres aspectos y alguno más, Moore y Gibbons hicieron más interesante a este personaje que aquellos que tomaron como modelos de referencia.


«A es A»

En un principio, Watchmen sólo iba a servir para presentar a unos superhéroes que DC Comics había comprado a otra editorial más pequeña, Charlton: Peacemaker, Question, Blue Beetle, Nightshade, etcétera. El plan cambió cuando la compañía descubrió que los dos autores británicos querían ir más allá de la sencilla introducción que se les había pedido, por lo que se les recomendó sustituirlos por otros personajes que creasen ellos mismos. De esta manera Question se transformó en Rorschach.

Steve Ditko, el co creador, co guionista y dibujante de Spider-Man y el Doctor Extraño, había creado a Question poco después de haber abandonado Marvel en 1966. Su salida fue una consecuencia de las promesas incumplidas de un aumento del salario proporcional a las ganancias del merchandising y la del reconocimiento honesto de su trabajo como guionista. Ditko no había tomado conciencia de estas dos reivindicaciones laborales por influencia del comunismo, sino más bien por su opuesto. El pensamiento individualista y racionalista de Ayn Rand, bautizado como Objetivismo, sólo había impregnado hasta ese momento los cómics de Ditko, pero en ese momento se trasladó también a sus relaciones laborales.

DC Comics se está preparando para el estreno de la nueva serie de HBO. Cualquier cosa que pueda llevar un letrero Watchmen en la portada lo acabará llevando.

El Objetivismo en sus guiones había estado disimulado bajo los diálogos ligeros de Stan Lee (seguramente más por despiste que por una censura deliberada), pero su influencia es obvia. Un ejemplo es la desaparición paulatina de nuevos villanos de fantasía. Como el Objetivismo rechaza lo irracional, Ditko fue dejando de crear personajes de ciencia-ficción como el Buitre, el Doctor Octopus, Electro o Misterio, mientras que al mismo tiempo le fue dando más protagonismo al cuerpo de policía de Nueva York.

Otro ejemplo se puede encontrar en The Amazing Spider-Man #27 (1965), en el que Ditko mostraba a Peter Parker vendiendo sus fotos al Daily Globe, la competencia directa de Jonah Jameson, para demostrar así a los lectores las ventajas que el libre mercado aporta a los trabajadores. Con este y otros gestos, el dibujante estaba dando forma a un nuevo Spider-Man, un superhéroe randiano, dueño de su propio destino en todos los aspectos de su vida. La intención era terminar con la imagen de la víctima de la mala suerte, que es, recordemos, un concepto profundamente irracional.

Question en Blue Beetle #1 (1967).

Fuera de Marvel, Steve Ditko continuó expresando esta filosofía de vida en sus viñetas. De entre todas sus creaciones, el mejor vehículo para sus ideas fueron dos personajes paralelos creados a partir de una misma referencia, el Spirit (1940-1952) de Will Eisner, un personaje y un autor a los que Ditko admiraba desde niño. Como Spirit, tanto Question como Mister A eran personajes sin superpoderes que vestían un traje, una corbata y un fedora combinados con una máscara que rompía esta estética tan formal. En el caso del primero, la máscara era una falsa piel que simulaba un rostro liso, sin rasgos (y que recuerda a un villano de las tiras de Dick Tracy) y en el caso del segundo, una careta metálica. Les distinguía más que nada un detalle: Question protagonizaba cómics que se publicaban bajo un código de autocensura, mientras que con Mister A su creador pudo expresarse con libertad en publicaciones autoeditadas.

Con los dos personajes el dibujante dejó clara una de las ideas fundamentales del Objetivismo: el bien y el mal son dos realidades en blanco y negro, sin términos medios. La frase «A es A» resumía en cuatro letras el mensaje de Ayn Rand. Un criminal es un criminal, podríamos decir, sin importar los matices con los que un abogado defensor lo intente justificar. Ni Question ni Mister A dedicaban su tiempo a salvar la vida a criminales en peligro porque sólo sentían piedad por las víctimas. «Mister A era una locura fascista absoluta», explicaba Alan Moore, «pero estaba hecha de forma absolutamente impecable».


Moore y Dave Gibbons partieron de estos dos personajes para convertir a Rorschach en su extensión lógica. Ideológicamente discrepaban con Ditko, en especial un anarquista como Alan Moore que había estado involucrado en movimientos activistas como Rock Against Racism y la Anti-Nazi League. Aun así, Moore sentía respeto por este autor porque veía en él una implicación superior a la de otros guionistas: «Al menos Steve Ditko tenía una agenda política, y eso de algún modo le colocaba por encima de muchos de sus contemporáneos».

Incluso los personajes del Universo DC han leído Watchmen. A Question no le cayó bien Rorschach (The Question #17, 1988).

Otro de los aspectos de la personalidad de Steve Ditko era el cuidado con el que protegía su vida privada. Dio pocas entrevistas en vida y en ellas evitaba hablar de sí mismo. Así, quién ha acabado dando testimonio de su opinión sobre Rorschach ha sido el propio Alan Moore: «He escuchado que alguien entrevistó a Steve Ditko y le preguntó si había leído Watchmen y se había fijado en ese personaje que se llamaba Rorschach, y contestó: “Oh, sí, lo conozco, es el que se parece a Mister A, excepto que Rorschach está loco”. (Risas.) Pensé: “Bueno, sí, ¡es lo que me esperaba!”».

«¿Por qué quedamos tan pocos en activo, sanos y sin desórdenes de personalidad?»

Me imagino a un Alan Moore frustrado en 1986 después de tener que dejar inacabada V de vendetta (1982-1989) por culpa de la cancelación de la revista británica Warrior (1982-1985), una serie en la que proponía la destrucción de los Estados fascistas a cualquier precio. Con Watchmen continuó poniendo en duda el papel de los gobiernos desde el propio título, inspirado en la cita latina de Juvenal, «¿Quién vigila a los vigilantes?». Si llevamos esa pregunta un poco más lejos la pregunta podría ser: ¿En quién reside el control de la sociedad? ¿Quién actúa sin un poder detrás que le controle?

«¿Quién da forma al mundo?»

Dentro de este cómic es evidente que no hablaríamos de los superhéroes porque se encuentran prohibidos y perseguidos por el gobierno de los Estados Unidos. Tampoco nos referiríamos a este gobierno, que aparece aquí como un pelele en manos de unas empresas privadas que deciden cuándo y cómo acabar una guerra. «Watchmen fue la forma de explorar, entre otras cosas», postulaba Moore, «las dinámicas que posee el poder en un mundo post-Hiroshima».

En este cómic todos los superhéroes han decidido colgar las mallas y reinsertarse en la sociedad civil o trabajar para el gobierno. Todos excepto Rorschach. Su primer cuadro de texto en esta historia, con una asociación de ideas absurda, da pistas sobre el estado mental del único superhéroe en activo: «Cadáver de perro en callejón esta mañana, marca de neumático en su estómago reventado. Esta ciudad me teme. He visto su verdadera cara».

«Acabo de romper el meñique de este caballero».

La verdadera cara de Rorschach produce risa. Este Batman en el mundo real, esta extensión lógica de Question, es feo, de corta estatura, huele mal, come mal, tiene delirios paranoides, apenas sabe hablar y desprecia a los intelectuales. Su principal lectura es el New Frontiersman, un panfleto de extrema derecha que insulta a la inteligencia de cualquier lector. Tampoco su condición física es la que uno se esperaría de un superhéroe de cómic. Frente a las impresionantes coreografías de otras colecciones de la época, las peleas de bar de Rorschach consisten en romper dedos a personas inocentes.

Su infancia explica en parte su personalidad. Walter Kovaks es hijo de una prostituta y un padre desconocido al que sin embargo admira («Pudieron haber seguido los pasos de hombres buenos como mi padre», escribe en su diario). Es posible que el maltrato infantil al que le sometió su madre le pueda haber vuelto misógino, pero hay menos dudas en que el odio a su madre derivó en un rechazo a la sexualidad en general. Así se entiende su puritanismo y el asco que le producía tener que trabajar con lencería femenina. En ese sentido, no deja de tener su gracia que un personaje así tenga que utilizar vestidos de mujer para fabricarse su máscara. Este desprecio al sexo, sin embargo, tiene una excepción llamativa. Cuando un amigo suyo, el Comediante, comete una violación, Rorschach la rebaja a un simple «lapso moral».

«No estoy aquí para especular sobre los lapsos morales de los hombres que murieron al servicio de su país».

Como Question y Mister A, su moralidad se mide en valores absolutos. Su mundo está dividido en blancos y negros como los de su máscara. Por eso no siente reparos en torturar a Moloch, un anciano con cáncer terminal que en otra época fue un supervillano, pero que ya ha pagado su deuda con la sociedad. Le obsesiona detener una hipotética guerra nuclear, pero desprecia a la sociedad en la que se mueve («Debajo de mí, esta espantosa ciudad chilla como un matadero de niños retrasados»). Rorschach no es un superhéroe porque quiera salvar a nadie, sino porque siente la necesidad de castigar.

«¿Qué ojo o mano inmortal pudo trazar tu terrible simetría?»

Por si no se había ridiculizado a Rorschach lo suficiente, Moore y Gibbons le someten a la humillación definitiva. Después de varias sesiones de terapia con el psiquiatra Malcolm Long, Walter Kovaks decide compartir el trauma que le convirtió en el Rorschach que conocemos. Al acabar su relato llega a la siguiente conclusión: «No hay nada más. La existencia es aleatoria. No tiene patrón salvo el que imaginamos después de mirarla mucho tiempo. Ningún significado salvo el que tratamos de imponer».

¿Es aceptable esta reflexión en Watchmen? Por ejemplo, poco antes hemos leído un capítulo que es simétrico en su estructura de páginas (la primera con la última, la segunda con la penúltima, etcétera). La letra V simétrica con la que el capítulo está numerado es precisamente la inicial de Veidt, que también domina la doble página central y que puede recordar, por cierto, a las manecillas de un reloj que se acerca a las doce en punto. A lo largo del tomo hemos visto y veremos elementos que se repiten sin ninguna explicación (smileys ensangrentados, triángulos, nudos, relojes…) junto a otro tipo de mensajes disimulados. También el cómic de piratas, que sirve de contrapunto a la narración principal, tiene paralelismos inauditos con varios de los personajes de esta historia, especialmente con Ozymandias. Con todo ello está claro que el universo de Watchmen no parece muy aleatorio, sino más bien que Rorschach sería incapaz de ver una simetría aunque la llevase pintada en la cara.

Swamp Thing #47 (1986).

Uno de los miembros del Parlamento de los Árboles le habría explicado a Rorschach que «La coincidencia… es el patrón… de la corteza del mundo» (Swamp Thing #47, 1986). Esta paradoja es fundamental en varios de los cómics de Alan Moore. Por ejemplo, en From hell (1989-1999), el doctor William Gull se interesa por una teoría que interpreta el tiempo como una ilusión humana, la teoría de la cuarta dimensión de Hinton. «¿Se podría decir entonces que la historia tiene una estructura, Hinton? La sola idea resulta a la vez gloriosa y tremenda», responde Gull. Según esa teoría, diferentes acontecimientos que parecen producto del azar en realidad serían consecuencia de fenómenos extraordinarios ocurridos décadas antes.

«¿Qué es la cuarta dimensión?».

Jack el Destripador fue interpretado en este cómic como el hechicero que dio forma al espíritu del siglo XXI. Si Ditko se volvió objetivista con la edad, en sus trabajos Alan Moore ha dado cada vez más importancia a la magia como herramienta para entender la realidad. Con Supreme (1996-2000) empezó a proponer el concepto de un mundo inmaterial formado por ideas, mientras que con Promethea (1999-2005), una superheroína que es la imaginación hecha carne y hueso, llevó el planteamiento mucho más lejos.

Precisamente en esta colección Moore siguió explorando el «patrón de coincidencias». Por ejemplo, esta superheroína comparte nombre con un tipo de polilla, del mismo modo que la palabra griega para referirse al alma, «psique», la habían usado antes los griegos con el significado de «mariposa» o «polilla». También Promethea está armada con el caduceo de Hermes, un bastón con dos serpientes que representan la vida terrenal. Están enroscadas en una forma de doble hélice que recuerda a las cadenas de ADN, en las cuales los seres humanos tenemos 23 pares de cromosomas. A Moore no se le escapa el detalle de que 23 es el número mágico de la serpiente.

Incluso en V de vendetta se hablaba de la diferencia entre el mundo de las ideas y el mundo material.

En cierto modo, el Doctor Manhattan es un precedente de Promethea, los dos son personajes cuya biografía está unida al desarrollo espiritual. El Doctor Manhattan ha superado muchas limitaciones materiales hasta convertirse en algo parecido a un dios, aunque no en un dios propiamente dicho. Es lo que le diferencia de Rorschach y Ozymandias, los personajes materialistas a los que «derrota» en el último capítulo, al primero en el plano físico y al segundo, en el dialéctico.

En las viñetas del «Nada termina nunca» con el que replica a Ozymandias se encuentra uno de los últimos smileys ocultos de Watchmen. Con esta frase, Manhattan nos recuerda que él no percibe el tiempo como una sucesión de causas y efectos, sino como instantes simultáneos que forman parte de un esquema superior, lo que William Gull llamaba «arquitectura de la historia». Ese esquema superior, esa realidad inmaterial, a la fuerza tiene que ser la misma que organiza al patrón de smileys y simetrías que se teje a lo largo de este tomo.

«Nada termina nunca».

Teniendo todo esto en cuenta podemos decir que Watchmen no gira alrededor del dilema del tranvía (¿es justificable matar a una persona para salvar a cinco?), sino de algo más sutil. Cito una de las respuestas que dio Alan Moore en una entrevista sobre este cómic: «Si hay una frase central en Watchmen es “¿Quién crea el mundo?”. Pero claro, es solo mi opinión (…) ¿Quién crea el mundo? ¿Está realmente bajo el control de los más poderosos o son solo parte del diseño, como todos los demás?». El dilema final, por tanto, no es si la decisión de ayudar a Ozymandias es correcta o no, sino si realmente los personajes han tomado alguna decisión.

«La coincidencia es trivial pero inquietante»

Hace poco se me ocurrió que la adaptación de Watchmen (2009) dirigida por Zack Snyder parece rodada por el propio Rorschach. Así se podrían justificar muchos de los despistes y cambios. Por ejemplo, explicaría que nadie se hubiese dado cuenta de que, cuando Rorschach le daba importancia a la sexualidad de Ozymandias, Alan Moore no estaba revelando que este personaje fuese gay, sino subrayando la homofobia de Rorschach. También explicaría que las peleas, que son inexistentes o incluso humillantes en el cómic, se hubiesen transformado en escenas de acción espectaculares, con cámaras lentas y coreografías, tal y como Rorschach se las habría imaginado en su cabeza.


Sobre todo serviría para entender que se haya borrado el contenido mágico a una historia como esta, en la que se llega al extremo de incluir el cumpleaños de Aleister Crowley en la primera viñeta. Se echa en falta el patrón de coincidencias, del que sólo quedan mínimos ejemplos, o también una escena del Doctor Manhattan explicando que «Nada termina nunca». Ni siquiera se conservan detalles como la postura del cadáver de Moloch, que en el original imita a la del dios fenicio del que toma su nombre, con el tercer ojo en la frente y las palmas hacia arriba.

La mayor víctima del salto de Watchmen a la gran pantalla suele ser, paradójicamente, el cambio más celebrado por el público. Al sustituir el calamar monstruoso por el Doctor Manhattan nos perdemos, para empezar, otra de las conexiones del cómic con el mundo real, aquel discurso de Ronald Reagan ante la ONU de 1987: «A veces pienso en lo rápido que se desvanecerían las diferencias en el mundo si nos enfrentásemos a un extraterrestre de otro mundo». Más que eso, sin el calamar nos quedamos sin el nexo entre Watchmen y una de las obras favoritas de Alan Moore, los Mitos de Cthulhu de Lovecraft, a los que también dedicó un guiño en uno de los pocos cómics de Star Wars que escribió al principio de su carrera. Igual que en los últimos cómics de Spider-Man de Ditko, en la película de Watchmen no hubo espacio para lo irracional.

El último cómic de gran envergadura de Alan Moore, Providence (2015-2017), parte de la obra de H. P. Lovecraft.

Tampoco los cómics que han derivado del universo de Watchmen han tratado los mismos temas. Tanto las miniseries que forman Before Watchmen (2012-2013) como las secuelas La chapa (2017) y El reloj del juicio final (2017-2019) se alejan de las reflexiones sobre el poder y el orden del universo. Sin ellas, la imitación de los recursos narrativos de Moore y Gibbons los ha acabado reduciendo a trucos estéticos sin un significado que los justifique.


Tendremos que esperar hasta otoño para comprobar qué quiere contar Damon Lindelof en su nueva serie, el Watchmen (2019) de HBO. Aunque se anunció como una continuación del cómic de Moore y Gibbons, me dejó de suscitar interés desde que supe que también va a servir de secuela de El reloj del juicio final, escrito por un Geoff Johns que, como Zack Snyder, se encuentra en las antípodas ideológicas de Alan Moore. Habrá que esperar, insisto, porque hasta que no veamos el primer capítulo no sabremos qué piensa Lindelof sobre Rorschach.


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