Si no eres Mortadelo, queremos que te reediten



En el Salón del Cómic de Barcelona de este pasado fin de semana, Ediciones B, que fue comprada el pasado verano por el grupo Penguin Random House, ha anunciado la publicación de 45 títulos anuales de cómics de la editorial Bruguera. Entre las novedades anunciadas hay tomos con antologías de Manuel Vázquez, Sir Tim O’Theo y Zipi y Zape, además de la convocatoria de un concurso de cómic y novela gráfica dotado con 12.000 euros.


Estos anuncios nos emocionan en CANINO no solo porque queremos leer estas reediciones, sino porque llegan en un buen momento. Ediciones B por fin se ha atrevido a experimentar con los formatos (ya tocaba lanzar recopilaciones integrales como la de 13, rúe del Percebe), sino también por la calidad de algunas de las restauraciones, como la del Pulgarcito de Jan a manos de Jordi Coll. Si Ediciones B toma estos dos ejemplos como guía, tendrá entre manos una fuente de ingresos segura durante mucho tiempo.

Podríamos pedirle a la editorial del pingüino las reediciones más obvias, pero como sabemos que esas serán las siguientes en anunciarse vamos a ir un paso más allá: pidamos lo raro, lo inesperado, lo que puede dar variedad al catálogo. Por ejemplo, estas.

Los cuentos de tío Vázquez (1968)


La obra maestra de Manuel Vázquez no fue Anacleto, agente secreto, ni Las Hermanas Gilda, sino la leyenda que creó alrededor de su propia vida. Y pocos autores antes que él (tal vez ninguno) tuvieron el ego de convertirse ellos mismos en los protagonistas de una serie regular. Vázquez, moroso antes que dibujante, mezcló ficción y realidad sin salirse una coma de la línea editorial de Bruguera, demostrando que con personajes narizotas que sufren golpes y equívocos se podían buscar nuevas maneras de elaborar chistes. Las páginas de esta serie en realidad son muchas menos de lo que parece (alrededor de 200), y por eso sorprende que se desperdiciase la oportunidad de recopilarlas aprovechando el biopic de Óscar Aibar. En fin, nunca es tarde.

Es más, no habría un colofón mejor para esta recopilación que aquel maravilloso ¡Vamonos al bingo!

Atasco-star (1980)


Mucho antes que Goomer (1988) o Futurama (1999-2013), Bruguera ya publicaba en sus revistas las páginas de Mariano y Evaristo, una pareja de camioneros espaciales que vivían aventuras cósmicas en las que se parodiaban clásicos de la ciencia ficción como Alien, Star Wars o Flash Gordon. Alfonso López, Jaume Vaquer y Francisco Pérez Navarro luchaban en cada entrega por ofrecer lo contrario de lo que se esperaba de ellos: una línea discontinua, color manual, diseños de página arriesgados, historias alejadas del costumbrismo… Fueron sólo alrededor de cien páginas a principios de los ochenta, pero mostraban lo lejos que podría haber llegado Bruguera si hubiese querido experimentar más.

Montse, la amiga de los animales (1978)


La conciencia por los derechos de los animales ni es una moda ni es reciente. Para los que leímos tebeos de críos, la primera activista a pequeña escala que conocimos fue esta niña rubita con gafas que cuidaba animales en peligro, aunque por eso tuviese que enfrentarse a la generación carca de su padre. Ahora que la conciencia ecologista está a la orden del día sería un buen momento recuperar al mejor personaje de Enrich.

Doña Urraca de Martz Schmidt


Cuando Martz Schmidt, pseudónimo de Gustavo Martínez Gómez, retomó el personaje de Jorge (Miguel Bernet Toledano) le dio un nuevo enfoque. Ya no sería una solterona antipática salida de la inmediata postguerra, sino una bruja de cuento gótico que vive en el castillo de la condesa Nosferatu. El decorado era perfecto para las enormes viñetas del dibujante, que se había especializado también en pintar murales en iglesias, castillos y decorados de teatro.

Todo habría ido bien si no hubiese sido por la censura nacionalcatólica del régimen, que paralizó la historieta por un quítame-allá-este-erotismo-mórbido. Aun así, Martz Schmidt siguió encariñado con el personaje y lo siguió sacando en otras aventuras largas (con menos garra que la anterior, cierto) y alrededor de un centenar de historias de una o dos páginas.

El Mini Rey (1978)


Joan March había entrado en Bruguera entintando páginas de Zipi y Zape y admiraba a Ibáñez, pero sus cómics no tenían la intención de ser continuistas con la línea editorial. El Mini Rey es el mejor representante de su paso por el mundo del cómic: un reparto mínimo de personajes regulares y de escenarios, personajes sencillos hechos con el menor número de líneas rectas y angulosas, y viñetas con onomatopeyas que ocupan todo el espacio. March le echaba todo el morro a sus historietas, pero nos volvía locos.

Plim, el magno (1969)


El cine de Marvel ha devuelto la popularidad al género de superhéroes. ¿Por qué no aprovechar ese tirón para recuperar al superhéroe de Josep Escobar? Cada vez que alguien necesitado grita «¡A mi Plim!», aparece este extraterrestre con poderes mágicos capaces de cualquier cosa excepto de servir de ayuda. Seguramente la serie fue sufriendo algo de censura porque las páginas se fueron publicando demasiado espaciadas y con cambios extraños en la personalidad del personaje… solo podemos especular. Si fuese así, se explicaría por qué duró solo una veintena de páginas.

Diálogos para besugos (1951)

-Buenos días.

-Buenas tardes.

-¿Y un recopilatorio de Diálogos para besugos no estaría bien?

-¡Menuda gracia tenía Armando Matías Guiu!

-Y tanto. Siempre hacía gracia y daba las gracias.

-Pues ya veremos si somos agraciados con una reedición. Buenas tardes.

-Buenos días.

La familia Rovellón (1988)


Después de las familias Ulises, Cebolleta o Trapisonda, las revistas de Ediciones B necesitaban una reinvención más cínica de la familia tradicional. Se publicaron varias, pero por la juventud de sus autores la más representativa del espíritu de los noventa fueron los Rovellón. Los padres, la abuela, los niños y el perro, una familia normal de Barcelona en la que Francisco Pérez Navarro y Jordi Sempere mostraron preocupaciones sociales y rompieron estereotipos. ¿Quién era el niño rebelde de la familia? La niña. ¿Y el cerebrito? El niño.

El Carpanta de los ochenta


Es muy cómodo asociar la pobreza de Carpanta con la postguerra, pero Escobar demostró en que la situación de su personaje era universal. De mendigo hambriento en los cincuenta a chabolista hambriento en los ochenta, Carpanta también empezó una larga relación sentimental. Todo podría haber ido bien si no hubiese sido porque la tía de su novia era Doña Tula, suegra (1951). EL propio Carpanta confirmó este dato cuando encontró en la biblioteca revistas de El DDT contra las penas en las que aparecía este personaje poco antes de desaparecer por culpa de la censura

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