Antología de la travesura: la historia de ‘Zipi y Zape’


Hace poco más de veinte años que los Zipi y Zape de Escobar dejaron de correr cuesta arriba mientras Pantuflo les perseguía con un sacudidor de colchones. Que dejaron de intentar sacar buenas notas para que su padre les regalase una bicicleta a plazos. Que dejaron de ser castigados con el cuarto de los ratones o con calabazas. Ha pasado mucho tiempo, pero los dos gemelos siguen ganando nuevos seguidores y conservando a los antiguos aficionados.


¿Qué tienen en común el actor Jean Reno y los hermanos Zipi y Zape? Los tres nacieron el viernes 30 de julio de 1948. Los gemelos Zipi (el rubio) y Zape (el moreno) han sido de los pocos personajes creados en aquellos lejanos años de Bruguera que se han mantenido con vida hasta la década de los noventa. En todo ese tiempo jamás abandonaron el jersey rojo, la corbatita negra y la cuidada melena, ese aspecto repipi que tal vez cause rechazo entre los lectores actuales. Sus historietas eran las que tenían el humor más blanco de Bruguera y, aunque alguien quiera ponerlos de «traviesos», la verdad es que eran unos buenazos.

Su creador, Josep Escobar, fue uno de los dibujantes de más éxito de la editorial Bruguera. Durante casi cincuenta años atrajo a miles y miles de jóvenes a unas historietas en las que los niños jugaban al balompié y eran genios del tirachinas mientras que los profesores los castigaban a estar de rodillas y con los brazos en cruz. Sus cómics pueden estar muy desfasados, pero conservan un interés, un «algo» indefinible que incluso ha animado a producir películas basadas en ellos.

Como los Cebollitas


Se me quedó grabada la escena de Malditos bastardos (2009) en la que le preguntaban al personaje de Michael Fassbender qué tal hablaba el alemán. Él respondía «Like a Katzenjammer kid», o «Como los Cebollitas» según los subtítulos. En la versión doblada, en cambio, decía que lo hablaba «como Hansel y Gretel». Tarantino estaba haciendo referencia a The Katzenjammer Kids (1897-), una de las tiras de prensa con más vida editorial de la historia de Estados Unidos y que se ha publicado en España –sin mucho éxito– con el título de Los Cebollitas. La serie está protagonizada por dos hermanos gemelos de origen alemán, uno rubio y otro moreno, que crean el caos allí por donde pasan.

Si a alguien le suena sospechosamente familiar que no crea tampoco que su autor, Rudolph Dirks, había creado un concepto innovador. Él a su vez había tomado como modelo un libro ilustrado de su Alemania natal, un protocómic con versos y dibujos de Wilhelm Busch titulado Max y Moritz (1865). Atención a su argumento: dos hermanos, uno rubio y otro moreno, se dedican a hacer gamberradas.


Escobar nunca ocultó que se había inspirado en The Katzenjammer Kids, o mejor dicho, en una adaptación animada de estos personajes. En sus propias palabras, todo vino de «una película de dos hermanos ingleses [en realidad, alemanes] que tenían un padre marinero [en realidad, su tío]. El humor de la película era muy bestia, bruto y violento». Porque para él esa era la diferencia con Zipi y Zape, que sus cómics no tenían esa mala leche.

En parte se equivocaba.


La tortura medieval como método pedagógico

Los cómics de Zipi y Zape parten del choque entre dos generaciones, padres contra hijos. Don Pantuflo es un pomposo catedrático de filatelia y colombofilia –el estudio de los sellos y de las palomas– con perilla prusiana que educa a sus hijos con lecciones de vida pedantes y contradictorias. En sus primerísimas páginas los gemelos se tomaban al pie de la letra estas enseñanzas y de ese error nacía una travesura que el padre castigaba con una violencia exagerada: torturas, guillotina, bombas, aplastamientos, palizas…

En comparación, Jaimita Llobregat, la madre de la familia, no tenía interés dentro de estas historietas. Su autoridad era similar a la de Pantuflo, pero no tenía sus matices dictatoriales. Jaimita era más anodina y esta falta de personalidad le acabó dejando relegada a la caricatura de la madre sumisa.


Zipi y Zape era un cómic «educativo» porque Josep Escobar estaba hablando de la educación. Sus páginas ridiculizan unos métodos que él no había sufrido y que imagino que no aplicaba tampoco. Su infancia había transcurrido en una escuela de corte progresista en la que entre los alumnos no había ni primeros ni últimos. No existía la competitividad ni la meritocracia, «no se concedían bandas, medallas, diplomas ni Cuadros de Honor», decía él, ni tampoco se llevaban deberes para casa.


Que la eterna frustración de don Pantuflo era una de las claves de esta serie es algo que señaló Antonio Altarriba, el guionista de El arte de volar (2009). En La España del tebeo (2001) decía: «El fracaso de sus hijos, ese fracaso que castiga en cada episodio es, en realidad, la consecuencia del suyo propio». Según Altarriba, don Pantuflo fracasaba como educador por su pedantería y por su anacrónica mano dura, pero para el novelista Terenci Moix la responsabilidad de estos errores iba más allá. Para él, estos tebeos demostraban que la propia estructura familiar es la que impide el «desarrollo eficaz de los retoños».


En los dos casos el mensaje sería igual de subversivo. Ni la autoridad del padre ni la institución familiar podían ponerse en duda durante la dictadura, así que Escobar se vio obligado a, entre otras cosas, reducir el nivel de violencia. Por ejemplo, la presión de la censura obligó a que Zipi y Zape dejaran de ser castigados en la sala de los tormentos para serlo en el cuarto de los ratones. Fue el comienzo de una moderación paulatina que en un principio podría no parecerlo: don Pantuflo se transformaba de verdugo en carcelero.

Desde viajar en el tiempo a buscar trabajo

Astérix cambió la forma de entender los cómics en la editorial Bruguera. De salir en historias cortas de un par de páginas, Mortadelo pasó a protagonizar tebeos largos como El sulfato atómico (1970) o Valor… ¡y al toro! (1971), pero no fue el único. También Escobar se adaptó durante unos años a este esquema de cómics de 44 páginas en las que se combinaban aventura y humor. Eran unos álbumes que se alejaban mucho de la cotidianeidad habitual de estos personajes y que por eso han destacado sobre el resto de sus historietas.


En nuestra memoria, Zipi y Zape son dos estudiantes que quieren sacar buenas notas para conseguir una bicicleta. Entre 1970 y 1975 las cosas fueron muy diferentes. Los hermanos eran aventureros que podían viajar al pasado usando El tonel del tiempo (1971) o recorrían en familia La vuelta al mundo (1970), que resolvían misterios actuando como Detectives en acción (1971) y le declaraban la Guerra al hampa (1973). En realidad las aventuras no eran siempre tan exóticas como perseguir a un ladrón con un pulverizador que cambiaba el tamaño de las cosas (El «spray» mágico, 1972) o visitar al lejano Oeste (Una herencia complicada, 1975), sino que podían consistir también en participar en un concurso de televisión (Busque, corra y cobre, 1973) o iniciarse en el mercado laboral (Aprendices al tun tun, 1972).

La recta final de Zipi y Zape

En julio de 2012 la escritora Lucía Etxebarría pedía en un artículo de La vanguardia el Premio Príncipe de Asturias para el creador de Mortadelo y Filemón. La poseedora de un carnet de Mensa explicaba que se le caía la cara de vergüenza al pensar que Escobar «murió en la indigencia en un asilo de ancianos» y no le deseaba lo mismo a Francisco Ibáñez. Dos meses después se retractó en otro artículo de esta metedura de pata. Se retractó, pero no se disculpó -al menos no públicamente- por un comentario que no debió sentar bien a los dos hijos del dibujante, Carles y Montserrat Escobar.


Josep Escobar murió el 31 de marzo de 1994 después de pasar un año en una residencia de ancianos, pero no le faltó nada en sus últimos momentos de vida. Siempre contó con el amor de sus hijos y el de su mujer, Dolors Roura, que le visitaba todos los días. Estaba ingresado allí porque sufría alzhéimer, la enfermedad que Paco Roca reflejó en Arrugas (2011) y que no le impidió a Escobar continuar pegado al tablero de dibujo. Para mantenerle ilusionado y feliz, su familia recogía estas páginas impublicables y le decía que las seguían llevando a la editorial.


Escobar nunca quiso abandonar a sus dos gemelos. En 1972 la editorial Bruguera inició la revista Zipi y Zape en la que sus personajes fueron los protagonistas y que llegó a vender 124.500 ejemplares semanales. A ella se unieron con el tiempo otras como Super Zipi y Zape, Zipi y Zape Especial, Zipi y Zape Extra… Año a año, Escobar expandía su universo y les creaba a nuevos secundarios: Peloto, Sapientín, Lechuzo, el Manitas de Uranio, los pesados vecinos Plómez… Con los años también fue diferenciando a los dos gemelos. Zipi solía llevar la iniciativa (por eso Zape solía respaldarle con un «¡Eso!»), mientras que Zape se especializó en hacer chistes malos.

Viñetas de Las aventuras políticas de Zipi y Zape

Existe una rareza de aquellos años: Las aventuras políticas de Zipi y Zape. Fue una serie de 36 páginas publicada en 1988 en la revista Tiempo que contaba con los guiones del novelista Manuel Vázquez Montalbán. El argumento solo se le puede describir como «marcianada»: don Pantuflo intentaba entrar en el mundo de la política nacional con su partido de extremo centro, por lo que en cada entrega conocía a un político de aquella época: Felipe González, Fraga, Anguita… Que nadie se haga ilusiones de que esto se vaya a reeditar algún día.

La explicación del éxito de Zipi y Zape

No se puede negar que han sido los personajes de humor mejor de vendidos en la editorial Bruguera, solo por detrás de Mortadelo. Se han hecho películas de acción real basadas en ellos, videojuegos, una serie de dibujos animados, juguetes… Tienen «algo» que ha seducido a varias generaciones. Entre 2000 y 2001 a Joaquín Cera y a Juan Carlos Ramis les encargaron encontrar ese «algo» y recuperarlo. Sus ocho álbumes de Zipi y Zape fueron fieles al original, al costumbrismo y al humor blanco, pero trasladados a la actualidad. Las ventas no debieron convencer a la editorial y la colección fue cancelada.


Hubo un segundo intento, la adaptación al cómic de Zipi y Zape y el club de la canica (2013) a manos de Jesús de Cos y José Luis Reyes, que había sido el entintador de las últimas historietas de Escobar. Con la película, el director Oskar Santos buscó la forma de reinventar estos personajes como iconos con un interés actual, y quizás lo consiguió porque fue la producción española más vista ese año en nuestro país. No debió de irle igual de bien al cómic porque no se ha anunciado una adaptación de Zipi y Zape y la isla del capitán (2016), que se estrena este viernes.


¿Por qué unos cómics calan entre el público y otros no? ¿Qué hacía Escobar para atraer a varias generaciones hacia sus páginas? Hasta ahora nadie ha sabido pillar el truco a estos personajes como su propio creador y por eso Ediciones B sigue cuidando que su trabajo siga disponible en las librerías. Sin embargo, imagino que en el futuro también se mantendrá vivo su recuerdo con nuevos álbumes realizados por dibujantes a la altura, autores que volverán a encontrar ese «algo».


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