‘300’ y ‘La chaqueta metálica’, Frank Miller frente a Stanley Kubrick


En La guía del cómic se recogen unas declaraciones de Frank Miller sobre 300 (1998) a las que les sigo dando vueltas desde que las leí por primera vez:

«Siempre he encontrado fascinante cómo las sociedades libres dependen de sus dictaduras internas para protegerse. Es decir, cuando estamos en peligro no enviamos al Congreso de los Estados Unidos, enviamos a los marines, que están entrenados y jerarquizados como los habitantes de un estado totalitario. Pero son nuestra línea de defensa, los necesitamos. Es uno de los aspectos paradójicos de esta historia que me encantan, que los menos democráticos de los griegos estuvieran defendiendo la democracia».

La paradoja a la que se refiere Miller la vi claramente cuando tuve en mis manos Un chaleco de acero (The short-timers, 1979), la novela de Gustave Hasford en la que se basó Stanley Kubrick para La chaqueta metálica (1987). Excepto por dos momentos concretos muy importantes, la película es una adaptación prácticamente literal del libro por lo que no voy a distinguirlos mucho. En realidad, la gran diferencia radica en que, mientras que Hasford no tenía el talento de Kubrick para narrar sus experiencias como periodista y marine durante la guerra de Vietnam, en cada página se nota la verdad de quien habla de lo que ha visto.

En Un chaleco de acero tenemos la paradoja militar a la que se refiere Miller, pero con mucho más desarrollo. Hasford y Kubrick mostraban ejemplos del absurdo que supone que una institución deshumanizada, sin democracia interna y que tortura a sus propios soldados se estuviese utilizando para llevar la «libertad» a Vietnam. Si algo queda claro desde esa primera escena en la barbería, es la intención de Kubrick de demostrar cómo el cuerpo de marines, igual que una secta, elimina la personalidad de sus cadetes (sus nombres, su ropa, su pelo…) para destruirlos y a partir de los restos convertirlos en carne de cañón con instinto asesino. Tanto en el original como en la adaptación los autores no quieren que el público crea que existe algo parecido al honor o la gloria en la instrucción militar o en la propia guerra.


«El joven Stelios se marea. Imperdonable».

Es aquí donde empiezan mis primeros problemas con 300. Creo que para Miller, esta paradoja no es criticable, sino precisamente el motivo de que este ambiente le parezca aún más heroico. El ejército es una institución destructiva y sin diálogo, pero no parece que sea algo que quiera denunciar. Para verlo sirve una comparación entre el sargento Hartman y Leónidas. Aunque los dos personajes son igual de estrictos y humillan por igual a sus soldados, el primero parece un loco y el segundo, un padre.

A partir de ahí, Frank Miller alimenta también aquella famosa mentira motivacional del «Lo que no te mata te hace más fuerte». Esta frase en realidad es sólo una justificación para la tortura inspiradora, para dañar a una persona con la pobre excusa de mejorarlo. Me parece muy interesante que todos aquellos que la citan se olviden de que la frase original de Nietzsche tenía una intención muy diferente: «Lo que no te mata te hiere de gravedad y te deja tan apaleado que luego aceptas cualquier maltrato y te dices a ti mismo que eso te fortalece». Hasta el propio Nietzsche tenía claro que el sufrimiento conduce al autoengaño, no a la autosuperación.


Me llama la atención que en los dos casos este estricto ambiente marcial se subraye con un soldado al que le cuesta encajar. El recluta Patoso de La chaqueta metálica es incapaz de estar a la altura de lo que se le exige, por lo que el sargento Hartman y sus compañeros intentan desarrollar su potencial destruyendo su mente mediante la tortura física y psicológica (el «código rojo» de Algunos hombres buenos, 1992), lo que lleva de manera inevitable a su destrucción total. Uno de los momentos que comentaba al principio que se pierden en la película es la sonrisa final de Hartman. Sonríe porque sus esfuerzos han dado resultado, por fin ha convertido a Patoso en un asesino.

En 300, Miller tiene una intención diferente cuando presenta a su elemento divergente, Efialtes, que sufre una monstruosa deformidad física. Leónidas no le fuerza a encajar, sino que decide excluirlo de su ejército. No lo hace para protegerle, sino para evitar que perjudique al resto de su escuadrón formado por soldados perfectos. No piensa en buscarle otro lugar en la defensa de Esparta porque no acepta la integración del diferente bajo ningún concepto. Prácticamente le empuja al suicidio y no lo lamenta («Desgraciado. Descanse en paz»). En este sentido, Miller es mucho más ingenuo que Hasford y Kubrick. En La chaqueta metálica el ejército no es una colección de soldados increíbles, sino una trituradora en la que cualquiera vale. No se busca la excelencia porque un soldado sólo necesita saber matar.

300 es un cómic bastante excepcional dentro de la producción de Frank Miller. Como autor, en su obra muestra una ideología individualista y libertaria que se opone a todas las organizaciones que se encuentren por encima de las personas. En sus cómics el enemigo es el gobierno, la policía, la Iglesia… Ve todas las instituciones condenadas a la corrupción a pesar de los escasos James Gordon que intenten hacer lo correcto desde dentro. Ahí es donde está la verdadera paradoja de 300. ¿Cómo es que Miller de pronto puede ver al Estado (una monarquía nada menos) como un ejemplo moral, de defensa de la democracia y el progreso? Creo que es consciente de esa incoherencia desde el primer momento y por eso coloca a un «ESTADO» con letras mayúsculas por encima del gobierno de Leónidas. Los éforos (unos sacerdotes fáciles de sobornar) son el verdadero poder corrupto de Esparta al que deben obedecer incluso los reyes, una excusa que le permite a Miller sentirse identificado sin problemas con la dictadura militar de Leónidas.

La adaptación de Zack Snyder precisamente era fiel a este subtexto político al añadir la subtrama de la reina Gorgo. Con ella se quería señalar lo débil y perversa que es cualquier democracia en contraste con la entrega desinteresada de los intachables militares de este cómic. Tanto en la obra original o la adaptación la moraleja es bastante preocupante. En la obra de Miller cualquier Estado dirigido por políticos (El regreso del Caballero Oscuro, DK2, Sin City…) es corrupto y decadente, mientras que aquí se parece dar a entender que uno dirigido por militares no lo sería. Estas reflexiones tan reaccionarias son las que me han impedido subir a Frank Miller al mismo pedestal en el que otros lectores le tienen.

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