'La muerte del Capitán Marvel', el autor y la industria

La muerte del Capitán Marvel (1982) es consecuencia de dos decisiones comerciales de Marvel Comics. La primera, crear a un superhéroe con ese nombre solo porque la marca comercial del personaje creado por C. C. Beck (el actual Shazam) había quedado libre. Sin nada especial que aportar, Stan Lee recurrió al imaginario de Jack Kirby (su imperio Kree) para proponer un personaje por el que ni siquiera su creador gráfico, Gene Colan, sentía mucha simpatía.

La segunda decisión vino influida en parte por este motivo y también por un cómic publicado poco antes. La muerte de Jean Grey en 1980, es decir, Fénix, el personaje más querido de los X-Men, había atraído toda la atención de los lectores. Aquella imposición carca de un moralista Jim Shooter (el castigo a Jean por el exterminio de la raza de los D'Bari) se había realizado con prisas y de mala manera: en la última página, John Byrne se sacaba de la nada un arma muy conveniente y Chris Claremont justificaba como podía aquella decisión narrativa improvisada con un monólogo de Cíclope que ocupaba casi medias viñetas. Nada de eso importó. Aquel éxito había abierto un camino.

El Capitán Marvel nunca fue uno de los personajes más populares de Marvel aunque se intentase hacerle más conocido incluyéndolo entre los Vengadores. Tampoco su rediseño gráfico ayudó: el verde y el blanco es una combinación atroz, pero un traje rojo y azul con un antifaz no es el traje con más personalidad que a alguien le viene a la cabeza. Por si fuera poco, copiar al Capitán Marvel de C. C. Beck el recurso de que un adolescente (Rick Jones) se convierte en un superhéroe adulto lo volvía aun más derivativo. Costaba tanto vender las aventuras de este personaje que Jim Shooter, el mismo que ordenó la muerte de Fénix, le propuso a Jim Starlin que diese forma a una novela gráfica, la primera de una nueva colección enfocada a un público más selecto, para contar la muerte de aquel superhéroe cósmico que solo este autor había sabido hacer interesante.

El Capitán Marvel le anuncia su enfermedad a su pareja.

Starlin, sin embargo, un autor con la cabeza sobre los hombros, supo levantar un proyecto que nacía viciado por ese truco comercial. La reciente muerte por cáncer de su padre le inspiró a plantear la muerte de un superhéroe como nunca se había contado y como no se volvería a contar. Tras unas pocas páginas iniciales de transición que transportan desde la rutina de los cómics de la casa, con esos pesados flashbacks de resumen y las escenas de acción de relleno, empieza un relato áspero que describe los últimos días de un Capitán Marvel con un cáncer incurable.

En las primeras páginas, las cajas de texto describen la reciente muerte del villano Thanos, épica y grandilocuente. La del Capitán, contada en imágenes, es todo lo contrario: diálogos y conversaciones para cerrar asuntos pendientes y compartir el dolor. Frente al tratamiento espectacularizado de otras muertes en la misma editorial (la de Elektra se publicó unos meses después), Starlin abraza un enfoque humano y existencial. Marvel (el personaje) acepta la muerte con dolor: «Me gusta vivir. Hay momentos malos, pero son muchos más los buenos. Y voy a perderlos». Sus poderes son inútiles, o incluso tienen una función inesperada: «solo pueden ayudarme a aceptar mi destino». Los cameos, que en cualquier otro cómic serían un truco comercial añadido, un denso Buscar a Wally con capas y sin premio, solemnizan un momento que todos los personajes de fondo certifican que será único en la historia del género.

Una escena de peleas final, quizás obligada porque sigue siendo un cómic de superhéroes, no desluce el resultado. No importan la coreografía, las poses o los poderes de cada contrincante, sino el viaje emocional del personaje. Dentro del margen de la ambigüedad y la confusión que permite un escenario onírico, Starlin le permite al Capitán Marvel luchar contra lo inevitable y asumir su muerte no solo en los diálogos, sino también con el apoyo de las imágenes. Si la primera pelea del álbum sobra por mero trámite, esta última resume todo este cómic.

Jim Starlin había recibido el encargo de matar a un personaje que se había creado a su vez como otro encargo, pero encontró entre los pequeños huecos de la industria la manera de imponerse como autor, de transmitir una voz personal. Lo de menos son las numerosas torpezas de su dibujo (quizás es refrescante poder leer un buen cómic de superhéroes mal dibujado, para variar). Marvel mantuvo viva la marca del Capitán Marvel con otros personajes y ha resucitado a más de un superhéroe en todos estos años, pero nadie se ha atrevido a deshacer una historia tan honesta, una que es de los mejores cómics de superhéroes que se han publicado.

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