'El pacto' (Paco Sordo) — Quiero ser como Vázquez

La historia del cómic español es un gancho tan poco habitual que ya de principio hay que celebrar cualquier aportación, pero más cuando se trata de una tan recomendable como esta. Con El pacto, Paco Sordo secuestra la atención de los lectores con mucho más que referencias históricas a la historieta nacional.

Ficha editorial

En este cómic conocemos a Miguel Gorriaga, un joven sin talento y con otro tipo de problemas que está empeñado en que la Editorial Bruguera de los años 50 publique sus cómics. Para ello le imponen que imite los dibujos de Manuel Vázquez, pero, como no es capaz, en lugar de eso decidirá hacer todo lo que esté en su mano para cumplir sus objetivos.

Esta obsesión de Gorriaga por dibujar tebeos conecta muy bien con el espíritu de Bruguera. Las decisiones que va tomando el personaje acaban dando lugar a una metáfora de la deshumanización del cómic industrial llevada al extremo: la fabricación de historietas en unas cantidades elevadas y en unos plazos breves asegura a los autores un mínimo de vida y un poco de lujos, pero sacrificando su libertad a cambio. Además, la producción cultural de estos artistas nace con un gran potencial que se desvirtúa con las manipulaciones durante este proceso hasta el punto en el que se convierte en un material evasivo y sin relación con la realidad, que no transmite una experiencia humana, pero que apasiona a los lectores.

El héroe que se rebela contra este mundo laboral en su conjunto es un personaje pasional, desencantado de los procesos industriales y que prefiere disfrutar de la vida. Un anárquico Manuel Vázquez, el dibujante de Anacleto y la Abuelita Paz, toma un papel central en la vida de Gorriaga de una manera muy similar a la Bruguera de los 50: Vázquez es un referente estético, pero nunca ético. Para Gorriaga los cómics lo son todo (no sabemos absolutamente nada más sobre qué le gusta hacer o qué le hace feliz), mientras que para Vázquez son únicamente una parte, la que le permite poder disfrutar de todo lo demás.

También en este cómic Vázquez es un referente gráfico evidente: narices gordas y dedos como salchichas, personajes rechonchos con corbata, el diseño de los muebles, las siluetas de los edificios... Sin perder lo que hace que funcione tan bien su propio estilo de dibujo (voy a destacar sobre todo su expresividad), Paco Sordo utiliza como documentación visual el cómic de los 50 para reforzar el relato. Quiero decir, no se trata de un ejercicio de estilo de los que solo sirven para restregar el virtuosismo del dibujante en la cara del lector, sino que ayuda al contexto histórico de esta historia, reivindica la elegancia del estilo gráfico de la época y sirve para jugar con el contraste entre la candidez que uno se espera de un cómic dibujado de esta manera y lo que realmente se encuentra.

Puede parecer que el uso del bitono y las tramas va en la misma línea, pero lo voy a diferenciar. La idea que hay detrás de estos dos recursos es evocar las limitaciones del sistema de impresión de aquellos años 50, es decir, que también jugarían a favor del contexto histórico, pero aquí van un poco más lejos. Con un poco de ingenio, Paco Sordo los ha reinventado lo suficiente como para producir unos efectos interesantísimos de tensión dramática o profundidad espacial que en los años de Bruguera no se habrían planteado.

Este estilo brugueriense desaparece en las páginas con declaraciones de antiguos trabajadores de Bruguera, estudiosos del cómic y otros dibujantes contemporáneos que se van intercalando para explicar el funcionamiento y curiosidades de aquella editorial. Entre estas páginas y los pequeños detalles de fondo que se van salpicando aquí y allá se hace evidente que ha habido una adecuada documentación con la que disfrutará especialmente el lector que conozca esta época. De entre estos guiños me voy a quedar con lo bien capturada que está la personalidad de Ibáñez, un tímido explosivo que solo tiene comentarios de admiración para sus compañeros de profesión.

Como un Alejandro Dumas del cómic, Paco Sordo ha utilizado la historia de los tebeos de nuestro país para dar forma a un relato desenfadado y absorbente que muestra pasión por el dibujo de los años 50 y que recupera la fascinación por la figura de Vázquez. Ahora nos toca elegir: ¿Gorriaga o Vázquez? ¿Producir o vivir?

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