[Semana Ghostbusters] Cuando Bruguera se puso gótica: Doña Urraca y ‘El castillo de Nosferatu’


Remake + terror + comedia + pin-ups. Los meses en los que Doña Urraca vivió en el terrorífico castillo de la condesa Nosferatu fueron los mejores de su vida, le gustase o no a la censura franquista.


Doña Urraca fue creada en 1948, en plena postguerra española, como una vieja enjuta, amargada, fullera, ladrona, malintencionada, estraperlista, fúnebre… De todos los personajes de Bruguera, ella era la más negativa, era lo más lejos que el humor negro llegaba dentro de la revista Pulgarcito (1946-1981). Por eso mismo recibió pegas de la censura del momento. En los años 50 su creador, Jorge (1921-1960), tuvo que suavizar el tono añadiendo un secundario sin carisma, Caramillo, para convertir estas páginas en algo más juguetón e inofensivo.


Jorge, el alias artístico de Miguel Bernet, murió joven, pero su personaje siguió apareciendo durante un tiempo en nuevas páginas de la mano de su hijo, Jordi Bernet, el dibujante que después se haría famoso con Torpedo 1936 (1981-2000) o Clara de Noche (1992-2014). Le sustituyeron Francesc Torá (1932-2002), que en Bruguera quedó relegado a negro de Manuel Vázquez y entintador de Francisco Ibáñez, y el cartagenero Martz-Schmidt (1922-1998), el alias artístico de Gustavo Martínez Gómez.

Ninguno de los tres podía firmar sus páginas de Doña Urraca, pero eso no impidió que el creador de El profesor Tragacanto (1959) revolucionase al personaje con un dibujo lleno de detalles y una ambientación que volvió a poner nerviosos a los censores.

Orgía genial de dibujo, según la editorial


En los setenta la Editorial Bruguera se adaptó a los nuevos tiempos tomando como referencia la bande dessinée francesa, es decir, a Franquin (1924-1997), Uderzo (1927), Greg (1931-1999) y demás. A los lectores no les costó acostumbrarse a unos personajes con más detalles, a los fondos más elaborados, con profundidad y perspectiva, a las viñetas de gran tamaño ni por supuesto a las páginas a color. De entre todos los dibujantes de la editorial el que demostró mayor talento con los pinceles fue Martz-Schmidt, que reinventó a Doña Urraca en lo que a Francisco Bruguera, el dueño de la editorial, le pareció una «orgía genial de dibujo».

Martz-Schmidt inició la primera historieta larga de Doña Urraca, El castillo de Nosferatu (1972), en la revista Super Mortadelo (1972-1986). La trama sigue, como Rocky horror picture show (1975), los cánones del género de terror: un grupo de niños y un perro tienen que refugiarse en el castillo de la condesa Nosferatu para refugiarse de la lluvia. Ahí se encuentran a un monstruoso mayordomo maño, Pakoesthein, y a Doña Urraca, a la que Schmidt reinventa como una bruja a las órdenes de la dueña del castillo. En cada capítulo un nuevo espectro (fantasmas, dragones, mengues…) pone en peligro a los personajes y hace reír a los lectores.


El cómic era una ruptura absoluta con la escuela Bruguera. Martz-Schmidt no solo reinventaba a Doña Urraca, sino que cruzaba su camino con el de otros de sus personajes, los alumnos de El profesor Tragacanto, que por cierto recordaban a los niños de su serie británica The terrors of Tornado Street (1960), traducida como La pandilla de Berenjena Street.

Los chistes de golpes y carreras habituales se combinaban con la parodia del género de terror, con gags metatextuales y referencias culturales. Schmidt tendía a lo tétrico y lo recargado, al horror vacui, a las grandes viñetas llenas de detalles. Por eso no extraña que en una revista en la que había páginas a color y otras en bitono (es decir, impresas solo con negro y rojo), Bruguera diese color a esta historieta.

El techo de lo que se podía dibujar, según la censura

Suele haber una sensación exagerada sobre la censura en los tebeos durante el franquismo. En realidad, durante muchos años las editoriales de cómics tuvieron algo de manga ancha. El Ministerio de Información por lo general hacía la vista gorda porque las editoriales se habían comprometido a no pasarse de la raya en temas como la religión, el sexo o la autoridad. Esta situación cambió en los sesenta con el ascenso en el departamento de historietas del dominico Jesús María Vázquez, el asesor personal de Manuel Fraga. Este sacerdote puso contra las cuerdas a la industria del tebeo no por extremar las normas de la censura, sino porque exigió que se aplicasen las que ya había.


Entre las víctimas de este recrudecimiento estuvo la nueva Doña Urraca. En la página 16 de este cómic, Martz-Schmidt presentaba a las tres hijas de la condesa Nosferatu en una viñeta absolutamente tenebrosa. Vestidas con túnicas blancas, unas vaporosas vampiresas Tragananos, Comecutis y Sorbeglóbulos se levantaban en medio de una nube de humo de sus féretros. En el suelo, las calaveras de sus víctimas. En las columnas, textos en latín, ilegibles en la penumbra.

Un censor nunca justifica su trabajo por la necesidad de adoctrinar a las mentes débiles, sino por la de proteger a los menores de edad. La visión de Jesús María Vázquez también era así de paternalista. El castillo de Nosferatu fue finiquitada en la página 24, según le dijeron a Martz-Schmit, porque había llegado al límite de lo aceptable. «Cuando se me ocurrió sacar en escena las tres mujeres draculinas hijas de la noche, la censura oficial del entorno dictaminó que yo ‘había alcanzado el techo’ de lo que se podía entonces dibujar», explicó en una entrevista de 1990.

Una pequeña joya, según la crítica


Después de esta llamada al orden, Martz-Schmidt continuó dibujando a esta bruja, pero perdió la pasión. «He barrido los niños afuera del castillo», decía Doña Urraca en la primera viñeta de la siguiente historieta. Se acabó la pandilla de Berenjena Street. Martz-Schmidt dejó pasar unos meses en barbech, y a su regreso recuperó el ambiente urbanita y a Caramillo. Se acabó el castillo Nosferatu.

Esta vez Schmidt probó algo más desenfadado. Una historia tremebunda (1973) era una historieta de tanteo. Empezaba como un dibujante respetuoso con la empresa, con situaciones que no podían provocar escándalo, pero poco a poco se soltaba el pelo hasta estallar con una persecución por el desierto para atrapar al científico nuclear Iván Two. En La pésima pócima (1974) se introducía a la banda de los Pajarracos, unos atracadores que planteaban un curioso dilema moral. Doña Urraca es tan amargada que no quería verles felices por asaltar bancos con éxito, pero no sabía cómo detenerles sin dejar de ser una mala persona.


Ninguna de estas dos historietas largas (40 páginas la primera, 24 la segunda) terminaron de funcionar. Después de cerrar de forma precipitada La pésima pócima, Doña Urraca pasó a protagonizar chistes de una página en la revista Pulgarcito, pero ya no a todo color, sino en bitono, en las que en alguna vez volvía a aparecer por su castillo tenebroso.

Antoni Guiral, uno de los mayores estudiosos de la editorial Bruguera, es uno de los muchos admiradores de El castillo de Nosferatu: «Esta narración es una de las pequeñas joyas que se pueden encontrarse en la Bruguera de la década de los setenta». Y aun así, este cómic parece haber pasado sin pena ni gloria. Ni El castillo de Nosferatu ha sido recopilado en todos estos años ni tampoco se le pidió a Schmidt que terminase de contar su historia cuando se suprimió la censura. El que fue ensalzado por el propio Francisco Ibáñez como «un verdadero artista» se adelantó demasiado a su época con una historieta que, si se pudiese, debería estar en las estanterías de todos los aficionados al terror.

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