‘Bob’, un dibujante de superhéroes que podría ser tu padre

 

Hay pocas sitcoms en televisión en las que el protagonista sea un dibujante de cómics. Bob Newhart interpretó a uno en 1992 en Bob, con una personalidad original y transgresora: la de un hombre de familia que dibuja de 8 a 5.


Tenemos la mala costumbre de etiquetar como «mejores series de la historia» solo a aquellas que se emitieron entre los noventa y la actualidad. Por eso no se suele recordar a la que tiene uno de los mejores finales emitidos en televisión: Newhart (1982-1990). En su último capítulo el protagonista despertaba bruscamente de un sueño, se giraba en la cama y le resumía asustado a su mujer las ocho temporadas de la serie: «Cariño, despierta, no te vas a creer lo que he soñado». La sorpresa estaba en que Bob Newhart no estaba interpretando a su personaje habitual, sino al protagonista de su anterior sitcom, The Bob Newhart show (1972-1978). Nadie del público se podía esperar que, de un plumazo, una serie entera se pudiese reducir a la pesadilla que ha tenido el personaje de otra serie.

Bob Hartley despierta a su mujer en el último capítulo de Newhart.

En 1990 Bob Newhart quería dejar el mundo de la televisión con la cabeza bien alta. No sólo había interpretado el papel principal de dos series de gran éxito (324 capítulos entre las dos), sino que además habían quedado unidas con un gag que ha pasado a la historia. Fue un momento tan memorable para el público de Estados Unidos que incluso fue parodiado en uno de los finales alternativos de Breaking bad (2008-2013). En uno de los extras más divertidos de los DVD se revela que la degradación moral de Walter White era únicamente la pesadilla de Hal, el padre de Malcolm in the middle (2000-2006).

Hal despierta a Lois en los extras de Breaking bad.

Newhart se canceló porque Bob Newhart estaba cansado de hacer televisión, del mismo modo que protagonizó su siguiente serie por el simple motivo de que le apetecía. «Siempre supe que volvería porque disfruto del proceso. Disfruto estando en casa, pero también disfruto de los retos y el riesgo». Esta vez su personaje no sería un psicólogo como en The Bob Newhart show ni el dueño de un hotel como en Newhart. Interpretaría a un dibujante de cómics de superhéroes.

Bienvenido a Ace Comics


Debido a un experimento descontrolado, el veterinario Jeffrey Austin adquirió las glándulas suprarrenales de un dóberman acompañadas de los poderes de un perro: superfuerza, supervelocidad, superoído y superolfato. Armado con estas habilidades asumió la identidad superheroica de Mad-Dog, «el mejor amigo de la humanidad». Los únicos que comparten con él este secreto son su fiel sidekick, Buddy, y Penny, su novia.

Este es el personaje que creó en los años cincuenta el protagonista de Bob (1992-1993), el dibujante de tebeos Bob McKay (Newhart), aunque este superhéroe apareció publicado sólo en doce comic-books antes de que su autor abandonase esta industria. Para huir de la persecución censora que sufrieron los cómics en los 50, Bob se pasó los siguientes años dibujando sin mucho entusiasmo tarjetas de felicitación para la compañía Schmidt Greeting Card. La llamada del guionista Harlan Stone da un vuelco a su vida: la editorial Ace Comics (propiedad del entramado empresarial AmCanTranConComCo) quiere que se encargue de los nuevos cómics de Mad-Dog. No que los autorice o los revise, sino que los vuelva a dibujar él mismo.

Trisha y Harlan en la redacción de Ace Comics.

En la redacción Bob conoce al resto del equipo que va a trabajar con el personaje: Chad, un entintador joven y un poco perturbado; Albie, el chico de los recados tímido y sin autoestima; y Iris, una rotulista cínica y sarcástica de la vieja escuela. El que más va a sorprender a Bob es el propio Harlan Stone (John Cygan), que encarna el discurso oscuro y agresivo del cómic de superhéroes que inauguró Frank Miller con El regreso del Señor de la Noche (1986). Su intención es reinventar a Mad-Dog completamente: «América se está convirtiendo en una apestosa fosa séptica y lo único que hace la gente es permitirlo. Todos menos Mad-Dog… ¡Él sabe que estamos destruyendo a nuestro planeta, que somos una sociedad de individualismos propulsada por el odio a los demás, que todo el siglo XX ha sido un largo y lento descenso hacia el infierno!».

Para Bob McKay, Mad-Dog es más bien un superhéroe «dispuesto a ayudar a un niño con su yoyó enredado», pero Harlan Stone quiere transformarlo en «un vigilante torturado y maniaco». Para ello, el primer paso es que el personaje asesine de la manera más sangrienta posible a su propio sidekick, para que, de paso, pueda evitar que le distraigan sus deseos homoeróticos reprimidos. Las diferencias entre el dibujante y el guionista son tan marcadas que Bob tarda en darse cuenta de por qué debe colaborar con Harlan: es la mejor manera de enseñar a los autores jóvenes los valores de los superhéroes de la vieja escuela.

Para promocionar la serie, Marvel publicó seis números de Mad-Dog (1993) en un formato curioso. Por un lado se podía leer la versión clásica y camp del personaje seguún la visión de Bob McKay. Estaba escrita y dibujada por Ty Templeton.

Al dar la vuelta a cada número se podía leer la versión noventera de Mad-Dog que tenía en mente Harlan Stone, realizada por Evan Dorkin y Gordon Purcell.

¿Está Mad-Dog? Que se ponga

Después de este primer capítulo los cómics de Mad-Dog quedan relegados más al papel de contexto que al de motor de las tramas. O visto de otra forma, Bob McKay es mucho más que su trabajo, es también su relación con la familia y los amigos. En el primer grupo están su esposa Kaye (Carlene Watkins) y su hija, la pizpireta Trisha (Cynthia Stevenson), que al poco tiempo empieza a trabajar con su padre como colorista. Al segundo grupo pertenecen los antiguos compañeros de profesión con los que Bob continúa jugando al póker en su casa y que, como regalo para el público, son interpretados por caras conocidas de la televisión. Habría que mencionar también al gato Otto, que mantiene una relación difícil con Bob. Ningún ilustrador sin su gato.


Bob no pretende reflejar de manera fiel el mundo el cómic, del mismo modo que tampoco The Big Bang theory explicaba al pie de la letra en qué consiste la investigación científica. Hay dos aspectos que chocan en esta serie por encima de todos los demás. El primero es que haya toda una oficina de una editorial dedicada en exclusiva a un único comic-book. ¿Son sostenibles los puestos de trabajo de un rotulista o un chico de los recados si trabajan solo en veinte páginas de cómic mensuales? Por otro lado, el proceso de creación del cómic es sorprendente, no sólo porque Bob y Harlan empiecen a trabajar en el segundo número después de que el primero llegue a los kioscos, sino porque la editorial contrata a un grupo de discusión para analizar las reacciones del público antes de poner el cómic a la venta.

El último papel más popular de Bob Newhart ha sido el de Profesor Protón en The Big Bang theory.

Este tipo de detalles me dan a entender que los guionistas estaban partiendo, en mayor o menor medida, de sus propias experiencias en televisión. Para desarrollar la serie, Bob Newhart había contratado al matrimonio formado por y Bill y Cheri Steinkellner y a Phoef Sutton, tres de los productores y guionistas de Cheers (1982-1993). Su estilo de escritura es poco habitual: aprovechando la experiencia de Bill y Cheri en un grupo de improvisación y la de Sutton como actor, en lugar de escribir sobre el papel o en un ordenador los tres improvisaban los papeles en voz alta mientras un ayudante se dedicaba a transcribir los diálogos. «La comedia es un medio verbal», explicaba Cheri. «Tiene más sentido escribir verbalmente para oír cómo suenan las frases y recibir una respuesta inmediata».


De esta manera fabricaron una serie a la medida de su estrella, un cómico que había cimentado su humor en dos recursos: un tímido tartamudeo y la inexpresividad de alguien que no parece ser consciente de lo gracioso que es. Este estilo tan característico le acompañaba desde los inicios de su carrera, cuando saltó de la contabilidad a unos monólogos grabados en los que utilizaba una puesta en escena que Miguel Gila popularizó en nuestro país: llamadas de teléfono en las que no se oye al otro interlocutor. Su primer disco, The button-down mind of Bob Newhart (1960), se basaba en este recurso y fue todo un éxito. Fue el primer álbum de comedia en aparecer en las listas de los discos más vendidos en Estados Unidos y convirtió a Newhart en uno de los grandes triunfadores de los premios Grammy de aquel año.

«El cómico más famoso desde Atila (el Huno)».

En Bob se volvió a aprovechar el talento de Newhart con estas conversaciones telefónicas, pero también se profundizó en el tipo de personaje en el que se había especializado: gente aburrida y de expresión contenida, con dificultades para abrirse a los demás. La única novedad, el único aspecto con el que se intentó evitar el encasillamiento, fue que esta vez su personaje dejaría de ser un buenazo. Esta vez podía enfadarse y ser un poco mezquino. O en otras palabras, Bob McKay era más humano.


Jack Kirby, Jim Lee y Bob Kane, secundarios de lujo

Muchas de las tramas de Bob encajarían en cualquier otra serie. Por ejemplo, el capítulo en el que Kaye prepara una fiesta de cumpleaños de temática mexicana para su esposo, cuando Bob invita a uno de los actores de Cheers a ver la Super-Bowl en su casa, o cuando Trisha tiene una cita con el dueño de AmCanTranConComCo a través de un altavoz. Para un lector de cómics, sin embargo, los interesantes serían un pequeño puñado de capítulos muy diferentes. Por ejemplo, cuando Bob McKay conoce a un fan obsesionado con Mad-Dog o cuando se reencuentra con el Dr. Edward Mars Jones, una de las principales voces de los años cincuenta contra la publicación de historietas de superhéroes (un capítulo que fue escrito por Mark Evanier, guionista de cómics).


En otro de estos capítulos, Trisha le consulta a Bob y a Harlan una duda sobre las páginas que colorea. No es sólo que la villana, Mazza, la diablesa, salga duchándose en la mayoría de las viñetas, sino que prácticamente todas las mujeres que salen en Mad-Dog aparecen desnudas. Harlan estalla por la reacción de las mujeres de la oficina, pero Bob, con vergüenza, entiende el punto de vista de su hija e introduce cambios en el dibujo. A partir de ese momento Mazza pasa a llevar tweed y faldas-pantalón.

El mejor regalo para el aficionado al cómic es la entrega anual de los premios Buster. Este capítulo cuenta con las apariciones de Bob Kane, Jack Kirby, Sergio Aragonés, Jim Lee, Marc Silvestri, Art Thibert, Mell Lazarus, y una bastante curiosa, la de Mel Keefer. Sus trabajos en el mundo del cómic son poco conocidos, pero en la industria del cine tuvo una participación interesante. Fue el autor en la sombra de las tiras de prensa de Cómo matar a la propia esposa (1965), una película protagonizada por Jack Lemmon en la que interpretaba también a un autor de cómics.

Una de las tiras de Jack Lemmon en Cómo matar a la propia esposa.

Este capítulo fue posible gracias al, digamos, equivalente de Mel Keefer en Bob. Me refiero a Paul Power, un dibujante de cómics y storyboards australiano, bajito y musculoso, que había trabajado en películas como Los Goonies, Depredador o Robocop. Fue contratado por recomendación de Michael Jackson y el dibujante Rob Liefeld para diseñar a Mad-Dog e ilustrar las páginas de cómic que aparecen a lo largo de la serie, además de para aparecer como extra y ayudar como consultor de la industria del cómic. Fue Power quien se puso en contacto con todos los dibujantes de este capítulo, excepto con Sergio Aragonés, que trabajaba con Mark Evanier en Groo (1982-). De todos ellos, Power se preocupó especialmente por que Jack Kirby apariciese en lugar de Stan Lee, como forma de reivindicar al creador del Universo Marvel que más homenajes se merece.

El rodaje dio lugar a algunas anécdotas curiosas. Por ejemplo, Sergio Aragonés aprovechó las pausas del rodaje para ir al decorado de la redacción de Ace Comics para dibujar sus páginas de Groo. Por su parte, Power y el resto del equipo se quedaron con un mal recuerdo de Jim Lee y Marc Silvestri, que se comportaron como dos divas que no se preocupaban por la puntualidad.

Jack Kirby.

Jim Lee y Marc Silvestri.

Bob Kane.

A todos estos dibujantes se les presentó en pantalla acompañados de personajes de su propiedad para evitar conflictos legales con Marvel o DC. Es decir, Jack Kirby no podía aparecer junto al Capitán América, creado por él y Joe Simon, porque pertenece a Marvel, sino que se le ve con el Captain Victoy. El caso de Bob Kane era más complicado. DC avisó de que tenían que pagarles 20 000 dólares por cada minuto que se viese a Batman en pantalla. Para los productores eso significaba que, cuando Bob Kane apareciese, los espectadores no iban a saber de qué autor se trataba porque no podían permitirse ese dinero. Cuando se le explicó al dibujante la situación en el set de rodaje, Kane descolgó el teléfono del plató y llamó a la editorial. A los pocos minutos Bob había recibido el permiso para usar todos los personajes de DC que quisiesen en cualquier momento.

De viñetista a presidente

Aunque recibió buenos comentarios de la crítica, la audiencia no sintió el mismo entusiasmo. Por ejemplo, hubo reseñas que agradecían que la serie estuviese ambientada en un entorno tan poco habitual, pero es posible que por ese motivo el público no estuviese tan interesado. A los espectadores también les costaba aceptar a este nuevo Bob Newhart, que había abandonado su papel de buenazo habitual y que, por contraste, más que humano parecía un amargado. Súmale que la CBS había programado Bob en un horario difícil, los viernes a las 21:30.

El reparto de la segunda temporada de Bob.

El último tramo de capítulos consiguió mejorar su audiencia al trasladarse a la noche de los lunes. De esta manera recibió una segunda oportunidad, pero con cambios importantes: se tendrían que dejar atrás todas las referencias a los cómics y presentar a un nuevo reparto (a excepción de Kaye, Trisha y el gato).

En esta temporada Bob McKay regresaba a la empresa de tarjetas Schmidt, pero ascendido a presidente de la compañía por decisión de Sylvia Schmidt, la dueña. Para interpretarla la elegida fue Betty White, una de las protagonistas de Las chicas de oro. Con ella se presentaba su hijo, Pete Schmidt (Jere Burns), que sentía que Bob le ha robado el puesto. Las otras dos incorporaciones venían recién llegadas de la comedia de Mel Brooks de ese verano, Las locas, locas aventuras de Robin Hood (1993). Eric Allan Kramer daba vida a un técnico de imprenta, grande y bonachón, mientras que Megan Cavanagh era la antipática secretaria de Bob.

Bob Newhart ocupó la portada de TV Guide del 3 de octubre de 1992.

Aunque el nuevo reparto era bueno y sus personajes prometían, la serie no aguantó mucho más. Solo se emitieron cinco capítulos, mientras que los otros tres que se habían rodado no vieron la luz hasta 1997, cuando la CBS encontró un hueco en la parrilla. Se le puede echar la culpa a que la serie volvió otra vez a los viernes, aunque también afectó que los cambios fueron demasiado bruscos y que la industria de las tarjetas de felicitación difícilmente puede ser más interesante que la de los cómics. No creo que reinventar una serie sea sencillo. Aún así, tampoco hay nada que llame la atención de esta segunda temporada.

Bob se canceló de un día para otro, por lo que no tuvo la oportunidad de terminar en un gran final como la pesadilla nocturna de Newhart. En parte creo que uno de los principales errores fue convertir a un hombre común como Bob McKay en el presidente de una empresa. El concepto básico de esta serie iba en una dirección diferente a otras historias sobre autores de cómics, como Cómicos en París (1955), Cómo matar a la propia esposa (1965), Persiguiendo a Amy (1997), American splendor (2003), El gran Vázquez (2010) o Wonder Women y el profesor Marston (2017), por poner algunos ejemplos, sino que además preparaba el camino para otras como Los líos de Caroline (1995-1999). En Bob, el autor de cómics no es un personaje excepcional en una situación excepcional. Es solo un simple trabajador con una vida más allá de los tableros de dibujo, que tiene familia, amigos y fines de semana. Frente a los artistas incomprendidos, extravagantes y atormentados de otras historias de ficción, lo que hacía interesante a Bob McKay era ser un dibujante de tebeos profundamente normal.

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