’13, Rúe del Percebe’ – Chistes de fabricación casera




Este 2 de marzo se ha puesto a la venta la edición integral de una de las mejores creaciones de Francisco Ibáñez, una serie que 36 años después de su última página publicada sigue manteniéndose como un auténtico icono del cómic nacional.


El tomo recopilatorio de 13, Rúe del Percebe (1961-1970) que se publica en marzo será el primer integral de Ediciones B que incluya todas las páginas de una serie de la Editorial Bruguera (aunque, en este caso, sólo las páginas de Ibáñez), ordenadas cronológicamente y con una referencia a la fecha y revista de la primera aparición de cada una. Para esta edición ha sido imprescindible la ayuda de Carlos de Gregorio, un socio de Tebeosfera y aficionado de Bruguera que hace unos años, durante su tiempo libre, elaboró un índice que ha servido como guía para Ediciones B. No solo eso, sino que también gracias a él y a otros coleccionistas la editorial ha podido reproducir las páginas que no tenía en sus archivos.

Seis dibujantes para seis chistes, un solo Ibáñez para trece


El lector que tenga fresco El invierno del dibujante (2010) de Paco Roca recordará que en 1957 cinco dibujantes (unos pocos más, en realidad) habían abandonado Bruguera para crear su propia revista, Tío vivo (1957-1960), para disfrutar tanto de más libertad creativa como de un sueldo más generoso. El editor Rafael González no sólo hizo todo lo posible por recuperarles, sino que también consiguió comprar la nueva publicación rebelde. Y de ella, el detalle que tuvo el acierto de mantener y mejorar fue la contraportada.


Las contraportadas del Tío vivo original eran una maravilla: seis chistes-viñeta protagonizados por los mismos seis personajes en cada número, cada uno de un dibujante diferente. Destacada en la contraportada, el lector podía ver la mayor libertad creativa que caracterizaba la revista. Por ejemplo, si en la censura de 1955 para los cómics se advertía que había que evitar las historietas «en que aparezca atrayente la figura del criminal», Enrich tenía el descaro de juguetear con un ladrón, el caco Bonifacio, al que la vida no le trataba nada mal. En otra viñeta, el Escobar de los Zipi y Zape utilizaba un humor negrísimo (que parece copiado de Charles Addams) con el profesor Tenebro, un científico loco terrorífico que también contradecía las normas de la censura.


No me cuesta nada imaginarme a Rafael González admirando estas increíbles contraportadas. Por eso es comprensible que el Tío vivo de Bruguera (1961-1981) mantuviese esta estructura de chistes-viñeta fija al final de la revista (incluyendo a estos dos personajes fuera de la ley), transformada ahora en una contraportada completamente original. Esta novedad no consistía en hacerle un corte transversal a un edificio, por supuesto (era algo muy visto, hay muchos antecedentes), sino convertir una casa en una sección fija, en prácticamente un personaje en sí mismo. Además, con este corte transversal se justificaba que los personajes permaneciesen en posiciones fijas en todas las páginas, se le daba unidad al conjunto de chistes y se permitía crear vínculos entre ellos en forma de derrumbes, inundaciones, niebla, apagones… que iban sufrir todos los vecinos al mismo tiempo.


¿Un defecto de 13, rúe del Percebe? Se hace muy denso de leer, hay demasiada información. Sin embargo, ahí reside una de las virtudes de Ibáñez. Si las contraportadas del primer Tío vivo tenían seis chistes dibujados entre seis autores, Ibáñez creaba él solo cada semana hasta trece chistes en un escenario fijo. Era agotador. Normal que, a pesar de su éxito, fuera una serie relativamente corta.



Cinco pisos de absurdo y sátira

Como en el resto de su obra, Ibáñez con este edificio utiliza principalmente un humor blanco y absurdo, gags inofensivos con los que construye un escenario anárquico fascinante. Por ejemplo, mientras un elegante caballero de traje y pajarita puede vivir en una alcantarilla sin que le resulte humillante, un veterinario y una ancianita se sorprenden semana a semana de un nuevo animal imposible. Por desgracia, este enfoque tan blando es el culpable de que el científico loco perdiese el humor negro que sí tenía el profesor Tenebro de Escobar. Y, sin embargo, a pesar de la domesticación, este científico fue una de las mayores víctimas de la censura franquista de nuestro cómic. Ibáñez recibió la orden de desahuciarle porque «solo Dios puede crear vida».


Al mismo tiempo, el Ibáñez más ácido refleja con esta página un mundo salvaje y violento en el que los conflictos surgen por el vil metal. Gracias a la dueña de la pensión (doña Leonor), el sastre y especialmente el vendedor de comestibles (don Senén), vemos al pequeño empresario y al comerciante representados como estafadores que se aprovechan de su posición de poder. En cambio, con una gran comprensión y ternura, Ibáñez quiere que empaticemos con el moroso del ático, Manolo (Vázquez, claramente, el creador de Anacleto, agente secreto), y el raterillo Ceferino Raffles, dos supervivientes, dos pícaros que viven en los márgenes del sistema.


El número 13 de la rúe del Percebe sigue fascinando a los aficionados del cómic a pesar de que no debió de ser una de las series favoritas de Ibáñez, que se quejaba diciendo que «costaba dos o tres veces más que una página corriente». Es posible que esta dificultad de sacar adelante las páginas le motivase a pasar el testigo a otros dibujantes en 1968. Estos suplentes (Bernet Toledano, Martínez Osete…) aguantaron únicamente dos años más hasta su cancelación, los dos años que nos quedamos sin catar en esta edición integral.

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